Don't kill the magic.

Ellos eran esa pareja que, cada vez que se miran, el resto del mundo cree en el amor, por el simple hecho de que ellos eran la más pura y bonita expresión de éste.
Siempre que hablaba con ella, me contaba la misma historia, con las mismas palabras, sin cambiar lo más mínimo alguno de los sentimientos que ella tenía guardados todavía para él.

"Todavía recuerdo como tocaba mi canción favorita. Sabía exactamente cada uno de los acordes que la componía. Y la tocaba una y otra vez, sin partitura, de memoria. Y cada vez que sonaba la última nota, con la mirada le pedía "tócala otra vez". Y lo hacía. Le gustaba verme cerrar los ojos y como me dejaba llevar por la melodía. Y todavía las lágrimas brotan de mis ojos cada vez que llega el estribillo. Ayer de felicidad y hoy de nostalgia. Felicidad porque era su voz quien la entonaba y nostalgia porque eso ya es pasado. Pero las decisiones que tomamos, para lo bueno y para lo malo, siempre nos acompañan el resto de nuestras vidas. Y no siempre la gente se va, a veces somos nosotros los que necesitamos separar nuestro camino del de otra persona. Yo aquel día decidí que no volvería a escucharle tocar mi canción favorita. Y ni siquiera sé por qué lo hice, por qué me fui. Me fui sin dar una explicación, sin decirle adiós y sin mirar atrás. Nunca sabré perdonarme eso al igual que sé que él seguirá sufriendo por ello toda su vida. Preguntándose qué hizo mal para haberme marchado cuando la única culpable de esa partida fui yo. Ojalá... ojalá volver atrás. A ese frío y lluvioso día de noviembre en el que cogí mis canciones y mis libros, y tan solo fui capaz de dejar atrás esa estúpida carta en la que lo único que escribí fue 'sé feliz'. Pero, ¿sabes? Aún sigo soñando con aquella canción. La que él me tocaba cada tarde de verano en el muelle, cada noche fría de invierno junto al calor de la chimenea. Y no hay, ni habrá, un solo día en el que no desee plantarme en su puerta y pedirle que toque para mi."

¿Lo triste de esta historia? Que él nunca se rindió. Seguía tocando su canción a cada rato libre que tenía, mientras las lágrimas que salían de sus ojos recorrían sus mejillas hasta caer en aquellas dos palabras: 'sé feliz'. Las leía día tras día, buscándoles un sentido. Buscando un sentido al día en que ella se marchó. Tocaba su canción con la esperanza de, al tocar la última nota, el timbre sonara y fuera ella diciéndole de nuevo "tócala otra vez".

Y así les pasaba la vida. Esperando el uno por el otro, para vivir su gran amor. Pero eso nunca llegó a ocurrir. Nunca, ninguno, fue capaz de tomar las riendas de su vida y dejaron que los días pasaran hasta que las manos de él se cansaron de tocar y los ojos de ella se cansaron de llorar. 

1 comentario: