Somos circunstancias que nunca elegimos ser.

Todos merecemos que alguien arriesgue por nosotros, que nos haga sentir vulnerables y a la vez, saber que jamás nos hará daño. Todos deberíamos poder no ser fuertes alguna vez, que las fuerzas flaqueen, sabiendo que hay alguien ahí que te protege y que consigue que nuestro miedo a abrirnos y exponer nuestros sentimientos a alguien, desaparezca. 

Todos merecemos a alguien que deshaga los nudos que se hacen en nuestro estómago cuando algo no sale bien y que sea capaz de romper la coraza que tenemos para protegernos de aquellos golpes que no son físicos. 
Y que duelen más. 

Todos merecemos a alguien que nos deje llorar cuando estamos tristes, sin mediar palabra, pero que esté a tu lado desde la primera a la última lágrima y que también sepa abrazarnos de tal forma que nos dejemos la vida y la recuperemos a partes iguales.

Todos merecemos que nos quieran y no solo mucho, sino también bien.

Hay tantos con quien estar pero no con quien ser.

Soledad se escribe con 's' de silencio, de suicida, de salida y de susurros por salvarme.

Mira a tu alrededor, ¿quién está contigo? No físicamente. Ve más allá.
Dentro de un tiempo, cuando alcances las metas que te hayas propuesto, ¿quién está contigo? Duele ver como con el paso del tiempo, el número de personas que se encuentran a tu alrededor se reduce. Pero, ¿y eso qué importa? ¿Por qué los seres humanos tenemos esa estúpida necesidad de necesitar sentirnos rodeados de gente? Personas a las que seguramente no importamos, personas que te empujarían al vacío si tuvieran oportunidad y se beneficiaran de ello, personas que te pisarían cuando cayeras con el fin de que no te levantes. Los seres humanos somos egoístas, queremos aquello que nos hace bien sin  pensar cómo afectan nuestras acciones en lo que nos rodea.

Y aunque no lo quieras, aprendes a golpes. A base de decepciones de quién no esperas, del dar y no recibir, de sentirte vacío a pesar de estar rodeado de gente que hace ruido. Y de repente, nada. Un día decides que no merece la pena ver por quien no ve por ti y ese ruido se desvanece. Y... silencio. De siete se han ido cinco. Quedan dos, pero ¡qué dos! Y sé que me entiendes porque todos hemos perdido a personas por las que en algún momento lo habríamos dado todo. Y piensas que la tristeza que te invade el cuerpo cuando se van, se quedará contigo para siempre. Pero créeme, no lo hace. Tarde o temprano se va. No, no se va. La echas. Abres los ojos, te das cuenta que está bien eso de ver por ti más que por los demás y esa tristeza no merece la pena. Y aprendes a estar solo, te endureces, los golpes se vuelven rasguños y no hay rencores ni decepciones. Solo tú. Y te quieres como nunca lo has hecho. Aprendes a estar contigo y descubres que vales más de lo que nunca habías pensado. Y aquellas personas que tenías en un altar bajan y te das cuenta que tú eras y eres más alta que ellos. Y te quieres. Te quieres mucho. Te quieres bien.

Estoy en paz conmigo mismo, que os jodan a los demás.

Kiss me under the light of a thousand stars.

Nunca olvidarás aquel beso. No sé si fue el primero, el último, el que diste tras una gran discusión, el que diste a modo de perdón o uno que diste porque si. Pero siempre será el beso.

Un beso cálido, lento, tranquilo. Un beso que no querías que acabara. Un beso imposible de olvidar (aunque tampoco quieras hacerlo). Habrá más, pero ninguno como ése. Un beso que no sólo sentiste con tus labios sino que también se te erizó la piel de la cabeza a los pies, tu estómago sintió algo más que mariposas y tu corazón pegó un vuelco.

No fue el quién, ni el cómo, ni el cuándo, ni dónde, ni por qué. Simplemente fue. Quizá fuera tu persona, de la forma más romántica que te habías imaginado, un 14 de febrero en el lugar más bonito del mundo porque los planetas se alinearon. O tan solo fue un ligue de una noche, del cual ni su nombre recuerdas, que surgió entre cubata y cubata, a las 6 de la mañana a la salida de la discoteca porque el alcohol a veces es traicionero. Como ya he dicho, las circunstancias no son relevantes.



Sin duda, fue un beso que te dio la vida. Pero que también te la quitó.

Ya verás como me olvidas.

Son casi las cuatro de la mañana y el sueño todavía no ha podido conmigo. No es calor, ni insomnio. Hace días que no duermo bien, que paso las noches en vela con el recuerdo en mente de un tiempo mejor. Noche tras noche, anclada a algo que se ha esfumado, que ha desaparecido como en cada amanecer se ocultan las estrellas al salir el sol. Y cada día me repito: "mañana todo irá mejor". Y ese mañana en el que mi vida empieza a enderezarse, nunca llega. Salvo hoy. Hoy, como ayer, tampoco duermo. Pero esta vez mi almohada no está empapada de las lágrimas que brotan de mis ojos en los momentos previos a dejarme llevar por Morfeo. 

Como cada noche, Andrés y su 'Vuelve' están sonando en mis cascos, pero esta vez es distinto. 'Vuelve', pero no. Y es que os juro que si me lo hubiera pedido, cada canción de amor llevaría su nombre, pero no. Se lo llevó todo menos el dolor. El dolor de una despedida que llegó como un jarro de agua fría. Pero tras muchas noches, hoy he dicho basta. Basta de fingir ante el mundo que estoy bien, voy a pasar a estar bien, pero de verdad. Esto es como cuando un libro se acaba: da pena porque es el final de una historia que ha conseguido engancharte página tras página, pero hay miles de ellas esperando a ser vividas.

'Juré contar nuestra historia, nunca decir la verdad. Te llevaste mi memoria, juraste no regresar', joder Andrés, tienes cada frase que impacta de lleno en el corazón, como una bala, dejando una herida sangrante difícil de curar.
Esta noche, es distinto. No es que no duerma por tristeza o angustia o miedo. No es que no duerma por las miles de preguntas que invaden mi cabeza. No duermo porque no quiero. Porque estoy bien, a gusto, casi podría decir que estoy feliz. Bueno, feliz no. Es simplemente que miro hacia atrás con nostalgia pero siendo capaz de reprimir ese sentimiento de querer retroceder. Sonrío. No sé por qué. Alguien me hace sonreír. No es amor, no. No es ilusión, ni esperanza. Creo. Es... gratitud, supongo. Pero sonrío, de verdad. Con ganas, con sinceridad. Sonrío porque quiero, porque me sale. Sonrío, y punto. Yo no puse final a nada, yo no dejé que nos dejáramos. Y sufrí. Sufrí como todas aquellas personas que se han enamorado y a las que le han partido el corazón. Pero no más, ¿no? Sonrío, y ya está. Y escribo. Noto como unas ganas irrefrenables dentro de mi me dicen: "escribe". Y lo hago, me desahogo. Lloro, pero sonrío. Lloro por ser capaz de tener algo dentro que necesito soltar y que tan sólo puedo sacarlo de dentro de mi escribiendo. Y sonrío. Sonrío por ser consciente de que por fin siento que estoy pasando página.

Y sonrío.

Don't kill the magic.

Ellos eran esa pareja que, cada vez que se miran, el resto del mundo cree en el amor, por el simple hecho de que ellos eran la más pura y bonita expresión de éste.
Siempre que hablaba con ella, me contaba la misma historia, con las mismas palabras, sin cambiar lo más mínimo alguno de los sentimientos que ella tenía guardados todavía para él.

"Todavía recuerdo como tocaba mi canción favorita. Sabía exactamente cada uno de los acordes que la componía. Y la tocaba una y otra vez, sin partitura, de memoria. Y cada vez que sonaba la última nota, con la mirada le pedía "tócala otra vez". Y lo hacía. Le gustaba verme cerrar los ojos y como me dejaba llevar por la melodía. Y todavía las lágrimas brotan de mis ojos cada vez que llega el estribillo. Ayer de felicidad y hoy de nostalgia. Felicidad porque era su voz quien la entonaba y nostalgia porque eso ya es pasado. Pero las decisiones que tomamos, para lo bueno y para lo malo, siempre nos acompañan el resto de nuestras vidas. Y no siempre la gente se va, a veces somos nosotros los que necesitamos separar nuestro camino del de otra persona. Yo aquel día decidí que no volvería a escucharle tocar mi canción favorita. Y ni siquiera sé por qué lo hice, por qué me fui. Me fui sin dar una explicación, sin decirle adiós y sin mirar atrás. Nunca sabré perdonarme eso al igual que sé que él seguirá sufriendo por ello toda su vida. Preguntándose qué hizo mal para haberme marchado cuando la única culpable de esa partida fui yo. Ojalá... ojalá volver atrás. A ese frío y lluvioso día de noviembre en el que cogí mis canciones y mis libros, y tan solo fui capaz de dejar atrás esa estúpida carta en la que lo único que escribí fue 'sé feliz'. Pero, ¿sabes? Aún sigo soñando con aquella canción. La que él me tocaba cada tarde de verano en el muelle, cada noche fría de invierno junto al calor de la chimenea. Y no hay, ni habrá, un solo día en el que no desee plantarme en su puerta y pedirle que toque para mi."

¿Lo triste de esta historia? Que él nunca se rindió. Seguía tocando su canción a cada rato libre que tenía, mientras las lágrimas que salían de sus ojos recorrían sus mejillas hasta caer en aquellas dos palabras: 'sé feliz'. Las leía día tras día, buscándoles un sentido. Buscando un sentido al día en que ella se marchó. Tocaba su canción con la esperanza de, al tocar la última nota, el timbre sonara y fuera ella diciéndole de nuevo "tócala otra vez".

Y así les pasaba la vida. Esperando el uno por el otro, para vivir su gran amor. Pero eso nunca llegó a ocurrir. Nunca, ninguno, fue capaz de tomar las riendas de su vida y dejaron que los días pasaran hasta que las manos de él se cansaron de tocar y los ojos de ella se cansaron de llorar.